Guanajuato ciudad es pueblo mágico también y citando a mi amiga Osbe «es de los que no te puedes perder».
Llegamos a Guanajuato pasada la hora de almuerzo, lo primero que llamó mi atención es que la ciudad está en un enclave, rodeada de cerros con casas de colores y que entras a la ciudad por medio de túneles. Salvo este último detalle mi cabeza pensó automáticamente «Valparaíso», es ese chip que tenemos, que relaciona lo conocido con lo que empezamos a conocer.
Nos dispusimos a buscar nuestro hotel, había hecho yo una reserva en Booking, mi amiga me había dicho busca algo así como un «hotel boutique» y reservé este que se veía bonito a un precio razonable, pero la verdad nunca imaginé con lo que nos encontraríamos. Se trataba de Villa María Cristina.
Tan pronto llegamos, se acerca un ballet parking, veníamos transpiradas, con nuestro auto rentado hecho un desastre entre antojitos de bencineras, latas de bebida, bolsas de papitas y demases y creo debe haber pensado «quienes son estas hippies».
Se llevó nuestro carro y entramos a registrarnos y el hotel era ¡puro lujo! Quien nos recibió tras hacer el check in, nos hizo un tour, nos mostró el spa, el restaurant, la piscina y hasta una sala de cine con butacas «por si quieren ver Netfix», intentamos disimular el asombro. No porque no conociéramos hoteles similares, sino porque las descripciones y fotos de Booking sin duda quedaban cortísimas!
Llegamos a nuestra habitación y era un sueño, las camas eran una nube, el balcón daba a la piscina exterior temperada, el baño con productos de L’Occitane. No daban ganas de salir más de ahí, pero la misión era conocer Guanajuato así que abrimos una botella de vino chileno que había llevado, brindamos por la vida y las amistades viajeras y salimos, rumbo al centro.

Villa María Cristina nos dejó boquiabiertas
Tan pronto llegamos empecé a entender que este pueblo mágico no era como los demás. Veníamos de Valle de Bravo y Peña de Bernal, ambos muy tranquilos. Guanajuato, que es más ciudad, era todo lo contrario: muchísimo movimiento, gente yendo en todas las direcciones, bulla, alboroto, colores, bohemia, de nuevo pensé «Valparaíso».

Quienes conocen Valparaíso no podrán negar el parecido y como yo lo amo, obvio amé Guanajuato también
Mi amiga se quejaba de que estaba descuidado, que antes no era así, que había basura por todos lados. Fuimos a conocer la universidad, uno de los íconos de la ciudad, el bellísimo teatro Juárez, su plaza llena de música con parejas bailando. Guanajuato es una mezcla de arquitectura colonial, casitas de colores, callejones estrechos adoquinados, comida callejera, un festín para los sentidos.

El Teatro Juárez, la Universidad de Guanajuato y los túneles con el Pípila coronando el cerro
Nos perdimos por sus callecitas coloridas y encontramos un espacio, tipo centro cultural, donde pude ver como armaban el altar de muertos. Yo boquiabierta, absorbiendo cada detalle, cada sonido, el aroma del copán, absorta como gran parte de este viaje.

La preparación de los altares y estos tradicionales muñecos de papel maché
Comimos algo en uno de los restaurantes alrededor de la plaza con una cerveza y el plan luego era participar luego de las «callejoneadas» que son típicas de Guanajuato.
En ellas, un grupo de gente acompaña a una alegre estudiantina, que entre cantos y bailes, acrobáticos a ratos, te va contando la historia de los callejones de la ciudad. Hasta llegar al icónico callejón del beso.

La vida en la ciudad de Guanajuato no para, de día ni de noche. A la derecha el icónico callejón del beso
Y claro no solo es mirar, al final todos terminan participando de algún modo, actuando, bailando, cantando y hasta bebiendo. Los mexicanos son expertos en contagiar su alegría, lo puedo asegurar.

En víspera del día de muertos los chicos de la estudiantina se pusieron a tono y hasta se disfrazaron. La monja apareció a medio camino, de pronto, dando un buen susto a varios
Me pareció una fiesta callejera imperdible si visitas Guanajuato. Las participaciones las venden en la plaza, tienen un valor aproximado de 100 pesos mexicanos y salen cada 15 minutos a partir de las 19 horas, con el costado del teatro Juárez como punto de partida.
Al terminar el recorrido, nos sentamos a terminar el vino que nos quedaba y los días de comida mexicana empezaron a pasarme la cuenta, nuestras ganas de fiesta se opacaron, ante las señales de alerta de mi cuerpo, de que estaba abusando de las comidas irritantes. Volvimos al hotel a descansar.
El plan al día siguiente, era partir ojalá antes del medio día y parar a almorzar en San Miguel de Allende, antes de seguir un largo camino a Puebla. Pero no queríamos irnos sin disfrutar un poquito del hotel, por lo que a las 8 de la mañana ya estábamos sumergidas en las aguas de su maravilloso spa, para luego disfrutar de un masaje Lomi Lomi, sugerido por las terapeutas, que es de los mejores que he probado en el mundo (sin exagerar).

Las aguas del spa estaban a una temperatura perfecta y la sala de masajes era un lujo, con camillas ajustables en altura, productos de L Occitane y terapeutas de primer nivel
Relajadas, nos armaron una mesa en los jardines para desayunar y aunque me hubiera quedado un mes, seguimos nuestro camino, quedaban aún lugares por conocer.
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Guanajuato es sin duda la prima alegre y fiestera de esta gran familia de pueblos mágicos mexicanos. Colorida, alborotada y llenísima de vida. Aunque sólo le di una probadita, recomiendo sin pensarlo pasar por la ciudad si tienen la oportunidad.
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